Normalmente, una película de moda implica llegar con 15 minutos de anticipación a la boletería de un multicine para adquirir con seguridad un par de entradas. Para ayer domingo, en un día en que el 70 por ciento de las salas ofrecían ver el Código da Vinci, me vi enfrentado a tener que posponer mis planes y no entrar a la función de las 17:30 y elegí la siguiente de las 18:30. Cola en boletería, en el acceso a la sala, en los baños de mujeres, en el expendedor de café y chocolate caliente. Todos iban a ver la famosa película. Decidí no hacer la cola de acceso a la sala, tomarme un café e igual agarré asiento en un lugar digno.
Vamos al filme ahora en términos estrictamente cinematográficos: larga, fome a ratos, con momentos buenos, con la sensación de ser una pieza de una obsolescencia alta, con un final predecible desde su mitad (yo no me leí el libro), mucho menos política de lo que políticamente pudo haber sido. Lo mejor es ciertamente el rostro tierno y de ojitos grandes de Audrey Tatou, aunque su personaje es muy confuso. Tom Hanks inpertérrito, frígido si se puede decir, mero espectador, imperturbable en términos humanos. Lejos lo más entretenido es el papel de Sir Ian McKellen, cojo, mañoso, entre erudito y sabihondo, pajero. El pobre Silas, el loco interpretado por Paul Bettany, es para la risa: le sacan la mierda, se saca la mierda, no le retribuyen su tremenda fe que lo tiene huevón y más encima se muere de un balazo. Patético.
Para tanta cola, una película excesivamente larga, que trata un tema supuestamente polémico pero que al final es menos provocadora que Jesucristo Superestrella, que se basa en puro
dato antojadizo, la verdad nada vale mucho la pena. Más que el Opus Dei o cualquier persona de carácter católico profundo, los que deberían querellarse contra el código da Vinci son todos los miembros de la policía francesa que quedan al final como un manga de huevones idiotas. Si te la toparas un domingo a media tarde en el cable, la raja, pero para quedarse dormido. Es más, el abuso de los recursos digitales, las confusas escenas históricas, los acertijos que parecen broma de colegio son un racimo de cuestiones que tienen que ver con el espectáculo fácil, mucho más que con una película de peso político y religioso. Además, yo creo que desde Dan Brown para abajo nunca se pretendió que fuese así: es como que el público y la gente que hace crítica de cine le exigieran algo que no es al pobre Código da Vinci.
Por lo tanto, mi llamado final, ya que el cine recientemente tiene puros bodrios dando vueltas, es que haya más sinopsis previas de películas o Trailers que se les dice. Ayer mismo con mi novia nos miramos al comienzo de la película y nos percatamos de que dieron súper pocas escenas de avances de otras películas.
Es más, yo llamo a la gente a ver sólo sinopsis y a retirarse del cine cuando las películas comiencen. Sí, por favor. No me he entretenido mucho en el cine últimamente.