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Hace 365 días 44 conscriptos y un sargento murieron congelados en una tragedia que de absurdo tiene todo y que demuestra que la estupidez humana se supera a sí misma día a día. No avanzamos, nos perdemos. No progresamos, retrocedemos. No sacamos lecciones más que cuando enviamos un batallón completo de jóvenes, sin abrigo, sin preparación y con métodos degradantes para calentar el cuerpo como alcohol de dudosa procedencia, a un paisaje de infierno: hacia la cordillera, con viento blanco abriéndote heridas en la cara, con tu propia transpiración congelada entrándote al cuerpo, con la nieve hasta el pecho. La lógica militar, tan tremendamente desprestigiada en Chile por una de las más crueles dictaduras de las que se tenga registro, intentaba legitimarse en democracia, creando espacios de capacitación para los jóvenes y entregando opciones laborales reales para muchachos y muchachas.

Y tuvo que venir esto: la decisión incomprensible de un militar de carrera, la lenta y sileciosa muerte de 44 jóvenes y un sargento desesperado por salvarlos, la realidad idiota de un rescate tratando de esconder el cagazo y la estúpida conformidad de parar monolitos y monumentos para hablar de héroes, chilenos y valientes.

¿Para qué nos sirve Antuco?