La crianza a la que fui sometido en términos religiosos se manisfestó violentamente en mi vida. La primera etapa de mi niñez fue bien a medias, sin ningún acento más que el laicismo. Pero mi padre murió tepranamente, y uno de los refugios más importantes para mi madre de allí en adelante, y por arrastre de todo lo que quedó de mi familia, fue la religión.
Cambiaron muchas cosas, como podréis imaginar. Entré a un colegio regido por religiosos holandeses (dehonianos) y se hizo una tediosa obligación tener que ir a misa los domingos. En ese colegio, en todo caso, era una oportunidad de roce social, y el acento espiritual lo entendí extraviado después de un tiempo.
Es curioso pero no sé en qué momento mi madre no pescó más a la iglesia. Yo supongo que no le sonaba muy convincente por esos y otros motivos aunque nunca le pregunté.
Yo, a medio camino, y sin convencimiento, me confirmé y todo en tercero medio, pero también fue por convertirse en una opción más de aprobación social.
La distancia recorrida en términos de lo que creí es enorme: al comienzo, en cuarto básico, fui capaz de llevar una marraqueta en el bolsillo a misa para comérmela en el momento de la consagración. Así de apurado quería recibir a Cristo.
Hoy debo decir que mi espiritualidad es diversa y tiene diversas prácticas, aunque no el ejercicio de los sacramentos católicos que me inculcaron.
Está muy de moda el cuestionamiento de los dogmas con estos documentales sobre discípulos que no eran tan traioneros, novelas que señalan que Cristo se casó y tuvo hijos, y ya nada me parece tan notable ni sorprendente.
¿En quién cree usted y cómo cree?