Lo que nunca haré

El tiempo, transcurriendo desde el pasado hacia el futuro como una variable percibible y medible por el ser humano, es irreversible desde el punto de vista de un mísero ser humano, sino pregúntele a Hawking. Es por eso que el acto fallido, o las acciones erráticas que nos prometemos no hacer nunca son deliciosas contradicciones que nos caracterizan finalmente.

Uno se la pasa prometiendo cosas que no cumple y eso tuerce el camino de la vida. Tome a mi tía Jenny por ejemplo. En sus tiempos una sílfide de 48 kilos, senos prominentes y seductora empedernida. Estudió teatro más encima, entonces su rollo con la soltura del cuerpo y cosas así le ayudaron a ser una ejemplo de libertinaje que todos sus parientes le envidiaron.

Pasaron los años y la tía Jenny tuvo una conversión por una serie de hechos trágicos. Terminó engordando como un tonel, se convirtió a una religión ortodoxa y se casó con un tipo que no toma una gota de alcohol. Rezan todo el día. Piensa que el demonio está en todas partes y odia los videos de música pagana que les dice.

Si uno se coloca en el momento en que la tía Jenny egresa de la escuela de teatro con todo lo que eso implica y le hubiera dicho a esa montaña de lujuria en lo que iba a terminar, ella lo hubiese negado muerta de la risa.

Cada cierto rato todos nosotros prometemos cosas que nunca haremos. Decimos cosas como "eso es imposible que yo lo haga". Con una certeza aterradora nos atrevemos a predecir indignamente nuestro futuro. "¿Yo con guagua a los 18? Ni cagando". "Casarme yo... nooooo, jamás". "Estudiar eso... jamás". "¿Meterme con ese perdedor? Ni loca".

Y fallamos.

Hoy, en junio de 2006, ponga en un texto firmado lo que usted jamás en su vida haría. Cóbrese la palabra el 22 de junio del 2016.