Bomberos

Había un vecino mío que era bombero. Algo mayor que yo, salía disparado a las horas más increíbles en cuanto sonaba la sirena. Iba con su radio a todo volumen y con su casco y chaqueta de hebillas metálicas. No pasaban dos minutos y pasaba el carro metiendo bulla en la esquina y el se subía con la cuestión en movimiento.

Volvía cansado, cabizbajo, con la cara llena de hollín y otras veces mojado como pollo. A veces venías pálido porque le había tocado sacar a algún fiambre en algún accidente de tránsito. El tipo realmente tenía y sentía la pasión de ser bombero porque era igual que hacer pichí: donde lo pillara, arrancaba. Tenía la calcomanía de "bombero chico bueno" en el auto de su papá, que no aprobaba mucho la onda esta. Desfilaba de cuando en cuando en la plaza algún domingo y hacía demostraciones en las altas escaleras.

Por lo mismo, siempre le tuve buena a los bomberos.

Quise ser bombero más allá de la fantasía de niño. Lo pensé, hablé con este vecino y él se entusiasmó también y me pintó la película a todo cachete. Y luego le dije a mi mamá mi decisión.

Me mandó a la mierda.

Siempre me acuerdo de esto cada vez que veo un bombero o paso por una bomba.

Más todavía cuando una vez que yo llegando de un carrete como a las 5 de la mañana, muerto de frío, me percaté de que sonaba la sirena. A dos cuadras de mi casa sale desde una puerta una mujer vestida de bombero, muy joven, muy atractiva. nos quedamos mirando fijamente un par de segundos. Claro, ella con un poco de cara de sueño pero se veía una diosa. Y yo, con la cara de carrete tan increible.

Los bomberos la llevan... qué duda cabe.