La comida que odio más

Hacía mucho calor. Entramos a un restorán tradicional del centro llamado El Naturista y como era día de panorama especial, podíamos pedir lo que quisiéramos. Mi mamá pide la carta y pide dos adicionales para mi hermano y para mí. Estuvimos preguntándole a la chica que nos atendió de qué se trataban varios platos que no sonaban tan obvios. Pero para mí eso no importaba porque yo prefería siempre pedir lo mismo y tenía en la cabeza algo tan obvio como porotos granados o algo así.

De pronto, dentro de mi cabezota, se figuró el plato ideal para ese día de verano: un platón de acelgas. Sin nada. sólo eso. Acelgas y nada más. Me las comería con harta sal como me gustaban y sólo eso más un jugo de durazno natural. Ahí yo estaba en la gloria.

"Deme un plato grande de acelgas".

"¿No lo quiere acompañar con nada?", me dijo la niña.

"No. Sólo acelgas, y bien grande el plato".

"¿Estás seguro hijo?", me preguntó mi mamá extrañada.

"Pero obvio. Es lo máximo".

Todavía con las dudas, mi mamá le hizo un gesto de "déjelo" a la chica que nos atendía y fue en busca de nuestros platos. Unos minutos más tarde mi hermano figuraba hundido en un plato de porotos granados. Mi mamá se comía algo gratinado. Y yo esperaba. ¿Por qué se iban a demorar tanto por un platón de acelgas?

Y llegaron.

Para mi horror, para mi vergüenza, para toda mi insistencia, el plato de acelga en cuestión, un enorme e inabarcable plato de acelgas, me devolvió la lucidez de un solo golpe.

Dentro de mi cerebro, y créanme que estas cosas me pasan a mí, lo que yo creía que eran las acelgas eran lechugas y lo que yo pedí desde el fondo de mi corazón fue un platón de lechugas. Pero coincidía esto con que el alimento que yo siempre más aborrecí en toda mi vida escolar fueron las acelgas cocidas, en cualquier forma. Acto fallido, distracción o un trastorno del aprendizaje que hizo su mejor jugada secreta en un día libre, la cosa es que yo figuraba enfrente de este charco verde y viscoso de acelgas aprisionadas como un gran pantano y a mí el apetito se me iba al carajo.

Mi mamá comenzó a reírse. La maldita lo sabía y me dejó hacer el ridículo. Mi hermano, por debajo de la mesa me pegaba patadas y me decía "ahuevonado, tonto re huevón".

Recuerdo muy bien la cara de la chica que nos atendió cuando mi mamá le pidió el cambio correspondiente.

¿Cuál es la comida que usted más odia?