NUEVA SECCIÓN: Yo perdí mi vida

Cuenta la leyenda que nuestra compañera de labores en Rock & Pop Matilda Svensson llegó a nuestro país en condiciones de turista, y con ganas de fijar residencia. El trámite, que se llevaba a cabo en la mítica oficina de extranjería de calle Moneda, era por orden de llegada. Ni siquiera había de esos putos sacanúmeros que te aseguran la espera. Así las cosas, que te atendiesen era consecuencia de un sistema far west en el que el más resistente podía esperar las 7 horas promedio del trámite.

7 horas.

Esos son los instantes en los que uno siente que pierde la vida. Puede ser un trámite interminable que no se termina por el sólo hecho de bancarse una cola. No hay compañía para batir la lengua. No hay movimiento, como para sentir al menos que las cosas avanzan. No hay ni un puto libro ni una revista del corazón por último a mano, para saciar la incómoda sensanción de que la vida se te está yendo y no estás haciendo nada por recuperarla.

A lo mejor, y peor aún, sientes que estás perdiendo la vida junto con otro u otros. Por culpa de otros. Por gente indeseable con la que no eliges ni compartir ni avanzar.

Todos y cada uno de nosotros, con alguien al lado o a solas, por trámites o porque las cosas simplemente salieron como el poto, perdimos alguna vez la vida.

Y si crees que no, piensa solamente en aquellos momentos de tu vida en que los siguientes pesamientos se agolparon como tromba en tu cabezota: "algún día me voy a morir", "y si saliendo de este lugar me atropellan", "qué chucha estoy haciendo perdiendo el tiempo con este hueón", "me quiero ir de aquí", "ya no alcanzo, cagué", "preferiría masturbarme antes de estar con éste (o ésta)".

En fin.

Estamos descubriendo finamente nuevos aspectos de la conspiración de la vida.

Porque para perder la vida, hemos tenido más que las siete de un gato.

¡Postee por favor!